¿La posición de los derechos de los animales representa una visión “religiosa”?

No, no necesariamente, aunque la idea de que no debemos tratar a los animales como cosas ciertamente está presente en algunos sistemas religiosos principalmente no occidentales, como el jainismo, el budismo y el hinduismo. La ironía es que la noción de superioridad humana utilizada para justificar la agricultura animal, la vivisección y otras prácticas a menudo representan una posición religiosa. En su mayor parte, la tradición judeocristiana no solo ha respaldado la visión de los animales como cosas, sino que ha sido un soporte primario de la noción de superioridad humana hacia los animales y del derecho de los humanos a usar animales como recursos. Vimos, por ejemplo, que la noción occidental moderna de los animales como propiedad se puede rastrear directamente hasta una interpretación particular del Antiguo Testamento, según la cual Dios creó a los animales como recursos para el uso humano. Los argumentos a favor de la distinción cualitativa entre humanos y animales a menudo descansaban en nada más que la supuesta superioridad dada por Dios a los humanos, que a su vez descansaba en la buena suerte de los humanos de haber sido hechos “a imagen y semejanza de Dios”.

La posición de los derechos de los animales articulada en esta página no se basa en ninguna creencia teológica; solo requiere una simple aplicación del principio de igual consideración. Los humanos no poseen ninguna característica especial, ni están libres de ningún defecto que atribuyan a los animales.

¿No es el hecho de que los animales deban tener el derecho básico a no ser considerados nuestros recursos una cuestión de opinión? ¿Qué derecho tiene alguien a decir que otra persona no debe comer carne u otros productos de origen animal o cómo deben tratar a los animales?

Los derechos de los animales no son más una cuestión de opinión que cualquier otro asunto moral. Esta pregunta es lógica y moralmente indistinguible de preguntar si la moralidad de la esclavitud humana es una cuestión de opinión. Hemos decidido que la esclavitud es moralmente condenable, no como una cuestión de mera opinión, sino porque implica tratar a los seres humanos que son esclavos exclusivamente como recursos de los demás y los degrada a la condición de cosas, privándoles así de valor moral.

La noción de que los derechos de los animales son una cuestión de opinión está directamente relacionada con el estatus de los animales como propiedad del ser humano; esta pregunta, como la mayoría de las demás aquí, asume la legitimidad de considerar a los animales como cosas que existen únicamente como medios para fines humanos. Debido a que consideramos a los animales como nuestra propiedad, creemos que tenemos el derecho a valorarlos de la manera que consideremos apropiada. Sin embargo, si no tenemos justificación moral para tratar a los animales como nuestra propiedad, entonces el hecho de si deberíamos comer productos de origen animal, usar animales en experimentos, o imponerles dolor y sufrimiento por deporte o entretenimiento no es más una cuestión de opinión de lo que lo es el estatus moral de la esclavitud humana.

Además, mientras los animales sean tratados como propiedad, seguiremos pensando que lo que constituye un trato “humanitario” para nuestra propiedad animal realmente es una cuestión de opinión porque cada persona decide cuánto valen sus bienes. De la misma manera que tenemos opiniones sobre el valor de otras cosas que tenemos, podemos tener opiniones sobre el valor de nuestra propiedad animal. Aunque el valor que otorguemos a nuestra propiedad puede ser demasiado alto o demasiado bajo en relación con su valor de mercado, esto generalmente no se cuestiona moralmente. Así que cuando María critica a Juan porque golpea a su perro regularmente con el fin de asegurarse de que su perro sea un perro guardián feroz y eficaz, Juan está perfectamente justificado al contestar a María que la valoración de su propiedad no es una cuestión de moralidad, sino una cuestión de su derecho a la propiedad.

Por otro lado, esta pregunta se relaciona con un tema del que se habla en la Introducción, la postura de que la moralidad es relativa, que es una cuestión de conveniencia o convención, sin ninguna afirmación válida en relación a una verdad objetiva. Si este fuera el caso, entonces la moralidad del genocidio, de la esclavitud humana o del abuso sexual infantil no serían más que asuntos de opinión. A pesar de que es cierto que las proposiciones morales no se pueden demostrar de la manera en que podemos demostrar las proposiciones matemáticas, esto no significa que “todo vale”. Algunas opiniones morales están mejor argumentadas que otras, y algunas opiniones morales “encajan” mejor con otras opiniones que mantenemos. La opinión de que podemos tratar a los animales como cosas simplemente porque nosotros somos humanos y ellos no es especismo puro y duro. La opinión de que no deberíamos tratar a los animales como cosas es consistente con nuestra noción general de que los animales tienen intereses moralmente signiticativos. No tratamos a otros humanos como recursos de los demás; hemos abolido la institución de la propiedad humana. Hemos visto que no hay una razón moralmente sólida para tratar a los animales de manera diferente en lo que se refiere al derecho de no ser tratado como un objeto, y que la postura de los derechos de los animales no significa que no podamos preferir a un humano antes que a un animal en situaciones de verdadera emergencia o conflicto donde no hemos creado ese conflicto previamente al violar el principio de igual consideración.

Si los animales tienen derechos, ¿no significa eso que deberíamos penalizar la matanza de animales de la misma manera que penalizamos la matanza de humanos?

No, claro que no. Es cierto que si nosotros, como sociedad, realmente le otorgamos importancia moral a los intereses de los animales y reconocemos nuestra obligación de abolir y no simplemente regular la explotación animal, probablemente incorporemos esa visión en las leyes penales que prohíben y castigan formalmente el uso de los animales como recursos. Pero eso no significa que debamos castigar el asesinato de un animal por un humano exactamente de la misma manera que castigamos el asesinato de un humano por otro humano. Por ejemplo, nuestro reconocimiento de que los animales tienen un valor moral no requiere que procesemos por homicidio involuntario a alguien que, mientras conduce imprudentemente, golpea a un mapache. El enjuiciamiento de humanos que matan a otros humanos sirve para muchos propósitos que no son relevantes para los animales. Por ejemplo, los procesos penales permiten que las familias de las víctimas de delitos experimenten algún tipo de cierre emocional, y aunque existe evidencia etológica de que muchos animales no humanos experimentan dolor por la pérdida de familiares o miembros del grupo, un juicio penal no sería significativo para ellos.

¿Es probable que la búsqueda de un trato de los animales más “humanitario” con el tiempo conduzca al reconocimiento de que los animales tienen el derecho básico a no ser tratados como cosas, y la consecuente abolición del uso institucionalizado de los animales?

No, no es probable. Las leyes anticrueldad, que requieren un trato humanitario de los animales, han sido populares en los Estados Unidos y Gran Bretaña durante más de cien años, y estamos utilizando a más animales y de una manera más horrible que nunca. Claro, ha habido algunos cambios. En algunos lugares, como Gran Bretaña, los terneros obtienen más espacio y cierta interacción social antes de ser sacrificados; en algunos estados de los Estados Unidos, los cepos están prohibidos y los animales utilizados para productos de peletería son atrapados con trampas “acolchadas” o criados en pequeñas jaulas de alambre antes de ser gaseados o electrocutados. Según la Ley federal de bienestar animal, se supone que los primates reciben algo de estimulación psicológica mientras los usamos en horrendos experimentos en los que los infectamos con enfermedades o tratamos de determinar cuánta radiación pueden soportar antes de que se vuelvan disfuncionales. Algunas prácticas como las peleas de animales han sido prohibidas, pero, como he argumentado, tales prohibiciones nos dicen más sobre la jerarquía de clases y los prejuicios que sobre nuestra preocupación moral por los animales. Con todo, los cambios que hemos presenciado como resultado de las leyes de bienestar animal no son más que escaparatismo.

Esto no debería sorprendernos. Las leyes anticrueldad asumen que los animales son propiedad del ser humano, y es en este contexto en el que ocurre el supuesto equilibrio de intereses humanos y animales. Pero como vimos, no podemos realmente equilibrar los intereses de los propietarios con los de sus propiedades porque la propiedad no puede tener intereses que puedan protegerse contra el propietario. El principio del trato humanitario, tal como se aplica a través de las leyes de bienestar animal, no hace más que exigir que los propietarios de los animales les otorguen el nivel de cuidado que sea necesario para el objetivo particular para el que se los usa, y no más. Si estamos utilizando animales en experimentos, deben recibir el nivel de cuidado, y no más, que el que se requiere para producir datos válidos. Si utilizamos animales criados con el objetivo de hacer abrigos de piel, deben recibir el nivel de cuidado que se requiere para producir abrigos que sean suaves y brillantes, y no más. Si criamos animales para alimento, esos animales deberían recibir el nivel de cuidado que se requiere para producir carne que se pueda vender a un precio particular para satisfacer una demanda particular, y no más. Si estamos utilizando a perros para proteger nuestra propiedad, debemos proporcionarles el nivel de cuidado que se requiere para mantener a los perros para ese propósito. Mientras le demos al perro la comida, el agua y el refugio mínimos -un perro muerto no cumpliría su objetivo- podemos amarrar a ese perro con una correa de tres pies y podemos pegarle, incluso enérgicamente, con fines “disciplinarios”.

Afirmamos reconocer que el interés de los animales en no sufrir es moralmente significativo, pero nuestras prácticas con los animales desmienten esa afirmación. Si realmente queremos respetar los intereses morales de los animales, entonces debemos abolir la explotación animal institucionalizada y no simplemente regular el uso de los animales a través de medidas de bienestar animal que asumen la legitimidad del estatus de los animales como propiedad.