¿Es probable que la búsqueda de un trato de los animales más “humanitario” con el tiempo conduzca al reconocimiento de que los animales tienen el derecho básico a no ser tratados como cosas, y la consecuente abolición del uso institucionalizado de los animales?
No, no es probable. Las leyes anticrueldad, que requieren un trato humanitario de los animales, han sido populares en los Estados Unidos y Gran Bretaña durante más de cien años, y estamos utilizando a más animales y de una manera más horrible que nunca. Claro, ha habido algunos cambios. En algunos lugares, como Gran Bretaña, los terneros obtienen más espacio y cierta interacción social antes de ser sacrificados; en algunos estados de los Estados Unidos, los cepos están prohibidos y los animales utilizados para productos de peletería son atrapados con trampas “acolchadas” o criados en pequeñas jaulas de alambre antes de ser gaseados o electrocutados. Según la Ley federal de bienestar animal, se supone que los primates reciben algo de estimulación psicológica mientras los usamos en horrendos experimentos en los que los infectamos con enfermedades o tratamos de determinar cuánta radiación pueden soportar antes de que se vuelvan disfuncionales. Algunas prácticas como las peleas de animales han sido prohibidas, pero, como he argumentado, tales prohibiciones nos dicen más sobre la jerarquía de clases y los prejuicios que sobre nuestra preocupación moral por los animales. Con todo, los cambios que hemos presenciado como resultado de las leyes de bienestar animal no son más que escaparatismo.
Esto no debería sorprendernos. Las leyes anticrueldad asumen que los animales son propiedad del ser humano, y es en este contexto en el que ocurre el supuesto equilibrio de intereses humanos y animales. Pero como vimos, no podemos realmente equilibrar los intereses de los propietarios con los de sus propiedades porque la propiedad no puede tener intereses que puedan protegerse contra el propietario. El principio del trato humanitario, tal como se aplica a través de las leyes de bienestar animal, no hace más que exigir que los propietarios de los animales les otorguen el nivel de cuidado que sea necesario para el objetivo particular para el que se los usa, y no más. Si estamos utilizando animales en experimentos, deben recibir el nivel de cuidado, y no más, que el que se requiere para producir datos válidos. Si utilizamos animales criados con el objetivo de hacer abrigos de piel, deben recibir el nivel de cuidado que se requiere para producir abrigos que sean suaves y brillantes, y no más. Si criamos animales para alimento, esos animales deberían recibir el nivel de cuidado que se requiere para producir carne que se pueda vender a un precio particular para satisfacer una demanda particular, y no más. Si estamos utilizando a perros para proteger nuestra propiedad, debemos proporcionarles el nivel de cuidado que se requiere para mantener a los perros para ese propósito. Mientras le demos al perro la comida, el agua y el refugio mínimos -un perro muerto no cumpliría su objetivo- podemos amarrar a ese perro con una correa de tres pies y podemos pegarle, incluso enérgicamente, con fines “disciplinarios”.
Afirmamos reconocer que el interés de los animales en no sufrir es moralmente significativo, pero nuestras prácticas con los animales desmienten esa afirmación. Si realmente queremos respetar los intereses morales de los animales, entonces debemos abolir la explotación animal institucionalizada y no simplemente regular el uso de los animales a través de medidas de bienestar animal que asumen la legitimidad del estatus de los animales como propiedad.
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