Si estás a favor de abolir el uso de los animales como recursos humanos, ¿no te importan más los animales que los humanos con enfermedades que podrían curarse mediante la investigación con animales?

No, claro que no. Esta pregunta es lógica y moralmente indistinguible de preguntar si quienes defendían la abolición de la esclavitud humana se preocupaban menos por el bienestar de quienes se podían arruinar economicamente si se abolía la esclavitud que por las personas esclavas.

El problema no es quién nos importa o a quién valoramos más; la pregunta es si es moralmente justificable tratar a seres sintientes -humanos o no humanos- como mercancías o exclusivamente como medios para los fines de los demás. Por ejemplo, generalmente no creemos que debamos utilizar a ningún ser humano como sujeto forzado en experimentos biomédicos, aunque obtendríamos datos mucho mejores sobre las enfermedades humanas si usáramos a humanos en lugar de usar a animales en experimentos. Después de todo, la aplicación al contexto humano de datos de experimentos con animales -suponiendo que los datos en animales sean relevantes- requiere a menudo una extrapolación difícil y siempre imprecisa. Podríamos evitar estas dificultades usando a humanos, lo que eliminaría la necesidad de la extrapolación. Pero no lo hacemos porque, a pesar de que podemos estar en desacuerdo sobre muchas cuestiones morales, la mayoría de nosotras/os estamos de acuerdo en que el uso de seres humanos como sujetos experimentales involuntarios se descarta como una opción desde el principio. Nadie sugiere que nos preocupemos más por los que no estamos dispuestos a usar como sujetos experimentales que por los demás que se beneficiarían de ese uso.

Los animales domésticos, como las vacas, los cerdos y las ratas de laboratorio no existirían si no fuera porque los hemos criado en primer lugar para nuestros propósitos. Entonces, ¿no es cierto que somos libres de tratarlos como nuestros recursos?

No. El hecho de que en cierto sentido somos responsables de la existencia de un ser no nos da derecho a tratar ese ser como nuestro recurso. Si eso fuese así, entonces podríamos tratar a nuestros hijos como recursos. Después de todo, no existirían si no fuera por nuestras acciones, desde la decisión de concebir hasta la decisión de no abortar. Y a pesar de que se nos concede cierta discreción sobre cómo tratamos a nuestros hijos, existen límites: no podemos tratarlos como hacemos con los animales. No podemos esclavizarlos, venderlos para prostitución o vender sus órganos. No podemos matarlos. De hecho, es una norma cultural que criar a un niño crea obligaciones morales al padre y a la madre de cuidar de su hijo/a y no explotarla/o.

Cabe señalar que una de las supuestas justificaciones para la esclavitud humana en los Estados Unidos fue que muchas de las personas que fueron esclavizadas no habrían existido en primer lugar si no hubiera sido por la institución de la esclavitud. Los esclavos originales que fueron traídos a los Estados Unidos fueron forzados a procrear y sus hijos fueron considerados propiedad. Aunque tal argumento nos parece absurdo ahora, demuestra que no podemos asumir la legitimidad de la institución de la propiedad -de seres humanos o animales- y luego preguntar si es aceptable tratar la propiedad como propiedad. La respuesta está predeterminada. En lugar de eso, primero debemos preguntarnos si la institución de la propiedad animal (o humana) puede estar moralmente justificada.